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viernes, 26 de noviembre de 2010

A Sagrada Censuración

  Os presento el libro “A Sagrada Censuración” espero que disfrutéis de su lectura. Esta es una traducción en Gallego, abajo un pequeño fragmento de la obra en Castellano.

HISTORIA

  Cuarto año del imperio de los Estos. Llueve en toda Tara.
  La sangre tiñe el agua y en la tierra moran las armas, el viento, arrastra como manifiesto un día gris, mientras el fuego rompe a crujir entre las almas. Como último recuerdo de esas vidas que se apagan en las piras de los libros y madera, tan obstinadas, que la lluvia no logra vencer, solo gritos, blasfemias, y, tal vez… suplicas.
  Pero la lluvia para, el agua llega al mar, la tierra se seca, el viento se convierte en brisa y el fuego no tiene nada mas que quemar.
  Pero ese tiempo a pasado y un niño a nacido, educado en la religión de los Estos, probara la fruta del conocimiento para devolver el equilibrio de Tara, y desenterrar el legado de los Rayeños, un legado de respeto y libertad, de civilizado y salvaje, de luz y sombra, de amor y honor.

Capítulo I

  Transcurrían tres minutos caminando con la pared de la catedral a mi siniestra, de los cinco que tenia que recorrer para llegar al pórtico de servicio de la imponente catedral de Estaria, construida circularmente tan de moda hace ya casi un milenio.. Diez minutos eran necesarios para darle una vuelta completa a la catedral y dos minutos mas me iban a acompañar sus paredes hasta la puerta, siendo misionero poco tiempo me queda en esta ciudad que me vio nacer, aun recuerdo mi niñez de monaguillo corriendo, saltando y explorando estos cinco minutos que ya me acercaban a mi celda, y me alejan de esta ciudad.
  Entre las sombras dibujadas por la luna, se dejaban escuchar el llanto lastimero del viento que atravesaba los faroles, que por la falta de vidrios (que antaño protegían la llama) se escurría en un silbido peculiar. Ya nadie velaba por ellos como en tiempos de abundancia, tiempos que ahora añoraba a cada paso que daba. Sin dejar de sentir la soledad de esas calles empedradas y sin acera. Mi metro ochenta de altura y estrecha delgadez, mi pelo negro que el viento arremolinaba cuidadosamente y mis ojos verdes eran lo único que se movía en esta ciudad, con ellos escudillaba los rincones las sombras, buscando, tal vez un peregrino, un conocido, inútil.
  Del atardecer solo habían pasado dos horas y mi madre ya me había despedido multiplicando sus besos y abrazos según se acercaba el día de mi partida, de esto solo me queda el consuelo, de que mi tía se trasladaría con mi madre para compartir sus soledades, la plaga a traído la amargura y las ganas de ayudar, que digo, ¡la misión! Mejor dicho de ayudar, de enseñar y como no, de aprender de otros que con peor suerte que yo, ahora son bendecidos con la vida en sus ya desiertas ciudades, recorridas por la muerte y el castigo de Dios, ambigua suerte y desconsuelo.
  En Estaria la plaga fue mas permisiva con nuestras vidas que en otras ciudades, pueblos y aldeas donde en su mayoría habían quedado muertas, como una zona cero, donde la única vida que se encuentra son las hierbas que pueblan sus pequeñas casas de un piso, echas de barro y piedra, ya los campos no recordaban a dorar trigo, abandonados, solo se veía algunos focos de patatas, lechugas o cebada escondidos por las malas hierbas que el campesino con tanto trabajo quitaba, al menos eso contaba Lot, pues ya nunca había salido de Estaria, Lot fue el infiel que trajo las doce normas para que, quien quisiera (ahora los sabemos) sobrevivir.

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